Suicidio e idioma

Doris Sommer-Rotenberg

CMAJ 1998;159:239-40

http://www.cma.ca/cmaj/vol-159/issue-3/0239.htm


Mrs Sommer-Rotenberg fue la cabeza de la campaña para establecer la Cátedra Arthur Sommer Rotenberg Chair en Estudios sobre Suicidio de la University of Toronto.

© 1998 Asociación Médica Canadiense


"Cometer suicidio". Dos palabras que se usan tradicionalmente, incluso con facilidad, para describir el acto de quitarse la vida. Estas palabras tienen que ver con una idea muy frecuente que, si se corrigiera, podría ayudar a reducir su incidencia. Yo nunca había cuestionado el uso de esta frase hasta que mi hijo se quitó la vida. Era un médico con éxito, tenía treinta y tantos años y padecía un trastorno bipolar. La mínima distancia entre la plenitud de los años que vivió y el rico potencial de los que se perdieron era inmensa. Para mantener viva la vitalidad de la vida de mi hijo y su espíritu, y para ayudar a prevenir tragedias similares, comencé una campaña con el fin de establecer en su memoria una cátedra de investigación en estudios sobre suicidio en la Universidad de Toronto —la primera de su tipo en América del Norte. Este hecho en sí mismo confirma el silencio que ha rodeado históricamente al problema del suicidio. Al ir avanzando la campaña comprendí que aumentar el conocimiento sobre este acto de desesperación era tan importante como recolectar dinero.

La vergüenza de quienes han perdido a seres queridos por suicidio se basa en el miedo a que se les asocie con el acto prohibido. Precisa de una represión de la emoción y concluye en el rechazo —como si la persona no se hubiera quitado la vida. Quien ha experimentado la pérdida y los que meramente observan conspiran en un silencio que no permite la compasión y la comprensión. La vergüenza —o la presunción de vergüenza— produce incomodidad en otros. El resultado puede ser una gran falta de sensibilidad. Una mujer joven me describió cómo después de que su marido se quitara la vida sus vecinos cruzaban de acera cuando salía con sus hijos de paseo, al parecer, para evitar tener que hablar con ellos. Cuando no se habla abiertamente de una tragedia no es posible comprender, ni compartir, ni recuperarse.

El silencio suele ser un esfuerzo para evitar la "contaminación" del suicidio. Una gran compañía cuyo presidente se había quitado la vida rechazó hacer una donación a la campaña de recaudación de fondos por temor a que tal contribución daría pie a una publicidad no deseada y perjudicial. Este tipo de respuestas sólo sirven para exacerbar el estigma del suicidio, evitar que se hable abiertamente de él y descorazonar una investigación que podría ayudar a prevenirlo. Debe tenerse en cuenta que la superación de la vergüenza y el estigma del cáncer y el SIDA ha ayudado a promover los esfuerzos de la investigación y la esperanza de una curación. También hay que eliminar este estigma en el caso del suicidio, al que a veces se denomina "el último tabú." ¿Pero cómo hacerlo?

Palabras y valores

Podríamos empezar considerando las palabras con que solemos describir este acto destructivo —particularmente la frase "cometer suicidio". Los únicos actos que "cometemos" son malos: el adulterio, una traición, algún tipo de crimen. El término alemán el Selbstmord behengen es similar, y denota también un acto de comisión. En contraste el se suicider del francés o el uccidersi italiano son reflexivos. Lo mismo sucede en hebreo: l'hit'abbed, "autodestruirse," es algo que uno se hace a sí mismo, lo que no implica de ninguna manera criminalidad. La expresión "cometer suicidio" es moralmente imprecisa. Su connotación de ilegalidad y desdoro intensifica el estigma que rodea al fallecido y a los que han recibido el trauma de la pérdida. No sirve para transmitir el hecho de que es el trágico resultado de una enfermedad depresiva severa y así, como cualquier otra afección del cuerpo o de la mente, no tiene en sí mismo ningún peso moral. Tal como Susan Sontag describe en el caso de tuberculosis, el cáncer y SIDA (1), enfermedades de las que se ha pensado que expresaban atributos morales. La tuberculosis, por ejemplo, se hizo romántica en el siglo 19, convirtiéndose en una metáfora de sensibilidad y creatividad. El suicidio, en cambio, ha sido demonizado como una metáfora de debilidad moral y fracaso. Muchas personas consideran cualquier forma de vulnerabilidad psicológica, incluso la depresión, como un fallo moral.

En un reciente artículo en el Financial Post, se describía al suicidio como "el último acto de egoísmo" (2). El autor no puede tener ninguna comprensión del dolor que conduce a una persona a tomar esta decisión agónica y a "ejecutarla". Es frecuente que la decisión de quitarse la vida surja de un interés distorsionado por el bienestar de las personas a quienes se ama; la dislocación de la emoción es tan inmensa, los sentimientos de indignidad tan desbordantes, que el suicida cree que a sus personas amadas les iría mucho mejor él o ella dejaran de existir. El artículo también afirmaba que "el Dios de las principales religiones rechaza al suicidio considerándolo un pecado grave" (2). Es cierto que, en el pasado, los judíos que se quitaban la vida tenían que ser enterrados en una esquina remota del cementerio y los católicos que se habían suicidado no podían ser enterrados en tierra consagrada. El acto de quitarse la vida fue considerado delictivo porque se percibía como una transgresión de la autoridad moral de Dios y los sentimientos virtuosos de la humanidad. Hace únicamente dos generaciones, "el intento de suicidio era un delito en países como Gran Bretaña, los Estados Unidos y Canadá. Y era obligatorio declarar que no se había declarado un intento de suicidio" (Dr. Isaac Sakinofsky, Profesor de Psiquiatría, Universidad de Toronto: comunicación personal, 1998). Estas actitudes de condenación están empezando a cambiar. Como escribió el Rabino Gunter Plaut con respecto a la cátedra en estudios sobre suicido, "ya no castigamos, sino que intentamos entender. . .. Ya que estamos tratando con la misma esencia de la existencia, toda esta empresa científica adquiere el aura de una tarea religiosa." (3). De la misma manera hay ahora también una mayor comprensión en la Iglesia Católica.

Hacia la curación

Aunque después de cualquier muerte pueden surgir culpa y pesar, el suicidio suscita en el deudo sentimientos especialmente agudos de autodenigración y autorrecriminación. El incesante peso de la cantinela interna es incontrovertible y implacable —"Si tan siquiera hubiera hecho esto, o si tan siquiera no hubiera dicho que..."— puede hacerse insufrible. Los médicos no están exentos de tales sentimientos. Como señala el Dr. Paul Links, "Los médicos que han perdido a un paciente por suicidio también tienen problemas posteriormente. Pueden tener sentimientos similares de autorrecriminación y cuestionarse. Sienten pesar y tienen algunas de las mismas dificultades para encontrar un lugar desde donde elaborar la pérdida. El suicidio puede crear el propio silencio del médico, [en el que] se siente incapaz para acercarse a un colega para pedir consejo y consuelo" (Dr. Paul Links, Cátedra Arthur Sommer Rotenberg en Estudios sobre Sucidio, Universidad de Toronto: la comunicación personal, 1998).

Quizás esos sentimientos de autorrecriminación nacen de un anhelo instintivo, incluso atávico, de absolución. De ahí el impulso culpar a la víctima de suicidio, que se vuelve así víctima propiciatoria para que otros puedan librarse de emociones incómodas.

Para la persona que está considerando la posibilidad de suicidarse, la oportunidad de expresar libremente pensamientos suicidas, el dar salida sentimientos negativos contra a sí mismo y el mundo, ser escuchado de forma empática y sin hacer juicios de valor, es uno de los mejores medios para superar desesperación. Este enfoque representa para el terapeuta o médico, una oportunidad de usar el idioma de forma positiva, suavizar dolor y evitar una evolución destructiva. Pero si la respuesta que se da al paciente es el escepticismo, el horror y un compromiso hueco, con simplezas que no consuelan como "Oh, no debe sentirse así, tiene mucha vida por delante," es probable que la persona suicida corte la conversación y se sienta avergonzado de sus sentimientos. Esa vergüenza sólo puede conducirle a un viaje cargado de un creciente sentimiento de indignidad. Se internalizan emociones poderosas y destructivas, haciéndose más fuertes y urgentes en tanto no pueden ser descargadas. Finalmente el único alivio que puede percibir la persona suicida puede ser la autoaniquilación —no un rechazo de vida, la familia y amigos, sino un rechazo del dolor de vivir.

El idioma que usamos para describir acontecimientos no sólo refleja nuestras propias actitudes, sino que influye en esas actitudes y las actitudes de otros. Un cambio en las palabras que usamos no eliminará de inmediato perjuicios sólidamente asentados, pero inhibirá su expresión y, al hacerlo, preparará el terreno para un cambio de actitudes. En el momento que los comentarios del racista se ven como socialmente inaceptables, por ejemplo, el ambiente social se vuelve menos hospitalario para el racismo. El idioma de suicidio, como la enfermedad que lleva al suicidio, están imbricados en el rechazo. El término "cometer suicidio" debe eliminarse del idioma. Hay otras y mejores alternativas: la auto-matanza (self-slaughter) de Hamlet", "la muerte por su propia mano" (death by one’s hand), "acabó con su vida" (ended one’s own life), "se autoinflingió la muerte" (self-inflicted death), "un caso de suicidio" (a casualty of suicide) o el crudo "se mató" (killed oneself). Incluso la expresión de un antiguo prisionero de guerra vietnamita, que describió sus sentimientos durante su encarcelamiento como un deseo "de estar fuera del planeta" (to be off the planet) evitan las connotaciones prejuiciosas de "cometer suicidio". Y cualquiera de estas expresiones es mejor que el eufemístico "se murió de repente."

Los médicos pueden enviar un mensaje poderoso a colegas, pacientes y a toda la sociedad a grande si utilizan un idioma neutral y compasivo al referirse al suicidio. Si asumen el liderazgo en esta revisión del idioma, podrán ayudar mejor a las personas con sentimientos suicidas a dar ese paso crucial para retornar desde la desesperación, y podrán ayudar asimismo a quienes han perdido a un ser querido por suicidio a resolver sus sentimientos de angustia y pesar. El rechazo del término "cometer suicidio" ayudará reemplazar silencio y vergüenza por la discusión, la interacción, la introspección visión y, en último término, la investigación preventiva exitosa.


References

  1. Sontag S. Illness as metaphor and AIDS and its metaphors. New York: Doubleday; 1990.
  2. Coren M. All things considered. Financ Post 1998 Jan 29:21.
  3. Plaut G. University chair to study reasons for suicides. Can Jew News 1993 Nov 24:15.

©The Txori-Herri Medical Association 1997